Donde el viento sople
La inocencia recuerda su tiempo.
Y se escapa,
en labios desprevenidos,
un suspiro de alivio.
De todos modos el viento sopla.
Y en la calma chicha del continuo paso del tiempo,
las olas,
apenas rompen.
Recuérdanos caminando por la acera,
teniendo cuidado de no herir a los demás.
Ahora la sangre se templa y nos toca calzada.
Y desde el suelo gris de la edad,
desde la hoguera de la juventud,
oímos,
que la marea sigue cambiando y,
que el viento,
allá donde esté,
sigue soplando.
Sin necesitar a alguien que agarrarnos,
nos aferramos a la falda de nuestro pantalón,
y desde el suelo nos dejamos caer hacia el cielo.
Caer hacia arriba,
donde, aunque no recordemos,
el viento aún aúlla,
y el cielo,
aún cambia de color.
Donde ser joven y viejo es lo mismo,
donde la tierra y el mar son caminos,
y donde el viento,
a modo de sangre en herida abierta,
sigue fluyendo.
De caídas y vuelos es nuestro camino.
Y allá donde caminemos,
donde nuestros pasos nos guíen,
o nuestra caída nos deje,
lo recordemos o no,
el viento seguirá soplando.
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