El Lamento de Hefesto
Honda cadena de severo yugo.
Ardiente condena de rubíes.
Hermano, ¡amigo! Titán de ilustre abolengo.
Sufres lo infinito sin poder caer a tus pies.
Y, la horca que cubre tu cuello,
esmaltada en tu sangre,
clavada en la roca...
La correa que se ciñe bajo tu vello,
atada para evitar que el Olimpo peligre,
yo la ceñí, mientras callaba la boca.
¡Y Zeus!
¡Oh, Zeus!
Él,
cruel,
¡Él me obligó!,
A atarte sangre de mi sangre,
en esta cárcel,
a ti, hermano, me empujó.
¡Y Zeus!
¡Oh, Zeus!
Señor vil de nuestros destinos,
entre rayos y truenos,
entre fuegos e infiernos,
cruzó nuestros caminos.
Lo siento, Prometeo.
Lo siento, buen amigo.
Pues déjote encadenado y sin abrigo.
Y, quizá sea esta la última vez que te veo...
Ojalá los hados cambien tu destino,
y de la piedra,
un día dejes tu castigo,
para así, envolver a Zeus en tu ira como hiedra.
¡Adiós, buen Titán!
¡Adiós, Titán rebelde!
Algún día las cadenas que te di,
se volverán contra mí,
servidas en bandeja,
como propia penitencia.
Mientras tanto...
Que sea tu conciencia,
la que de tu dolor te proteja.
¡El mundo perdone mi cometido!
Adiós... ¡Hermano caído!
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