A
la musa que yace en mi cama
A
la musa que yace en mi cama,
le
debo el despertarme contento cada mañana.
Debo
agradecimientos a más,
amigos,
familia y a nada,
pero
hoy me centro en la musa,
del
otro lado de mi cama.
Naufragando
en sábanas y colchas,
te
encuentras sobre el colchón,
más
dormida que despierta por norma general.
Te
escribo a menos de un metro, mientras entre sueños, (qué me encantaría
compartir)
balbuceas
sin sentidos como de costumbre.
Y
yo, como de costumbre, te miro con la sonrisa clavada,
de
reojo,
medio
de espaldas,
con
la pantalla del ordenador iluminando fantasmagóricamente mi pecho.
Y
te miro mientras, en sentido figurado, (y no tanto) se me cae la baba.
¡Y
a ti! ¡A ti también se te cae la baba dormida como un bebé!
Un
extraño bebé sensual capaz de despertar la más honda de las ternuras,
y
la más ardiente de las pasiones
Un
Etna,
un
volcán en miniatura,
que
babea entre balbuceos y leves ronquidos.
Y
toda está orquesta y compás de sonidos de durmiente provienen de tu boca...
¡Tu
boca! ¡Tantísimas cosas que decir de tu boca!
¡Tantas!
¡Qué
difícilmente sabría por dónde empezar a adularla!
Pero
sí que la puedo resumir en una característica que,
por
encima de las demás me encanta.
Lo
que más me gusta de tu boca,
musa
mía que yace en la cama a mi lado,
es,
sin
duda,
que
tus labios tienen la maravillosa costumbre,
de
besar los míos con frecuencia.
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