El Desdichado Endú
Endú bajó muchas veces a un pozo,
descalzo y calzado,
sin manos y atado.
Endú nació un día,
en un camino,
de algún lugar,
en alguna parte,
justo antes de que se hiciese de noche.
Tuvo madre,
tuvo padre,
tuvo casa,
pero cuando pudo saberlo,
ya no era cierto.
Anduvo Endú solo,
Anduvo Endú triste.
Fue bebé con casa,
pero luego niño solo.
Vivió en campos,
vivió en calles,
comió poco,
sufrió mucho,
pero al final vivió.
No tuvo suerte el bebé Endú,
como no la tuvo su joven él.
Vivió amigos,
que murieron pronto.
Recibió ayuda que acabó rápido.
Y cuando la suerte le sonreía,
de él en verdad se burlaba.
Pero Endú,
sólo en ciudad,
sólo en el campo,
solo vivió,
hasta que un día creció.
Y ya de adulto,
el ahora fuerte Endú,
sin nada que perder,
pues pobre siempre fue,
decidió que,
al crecer,
ningún pobre vería perecer.
Y robó,
e hirió,
y luchó,
y vivió...
Y no fue el buen Endú,
y no fue el santo Endú,
pero todo lo que obtuvo,
al pobre le dio.
Desdichado Endú.
No fue ni pronto,
ni lo fue más tarde,
cuando cada débil,
paria o pobre,
a el joven Endú vio como un padre.
Y así el pobre Endú,
sin saber cómo,
ni cuándo,
se convirtió en el rey de los pobres.
Pero su nombre creció con su estatura,
con sus hombros,
con su fama.
Y el pobre Endú,
el Desdichado Endú,
ya no fue pobre para los demás.
Y a los ricos que Endú robaba,
o esquilmaba,
a los adinerados que él diezmaba,
Endú les pareció un rival,
un nuevo "rey" al que debían matar.
Primero fueron regalos,
halagos y siervos sin amos,
los que los ricos,
a Endú enviaron.
Querían comprarlo,
pero a Endú,
que nunca en su vida compró,
difícilmente engañaron.
Luego fueron amenazas sutiles,
pero Endú,
acostumbrado a dormir en sacos de arpillera,
la sutileza,
a una enfermedad le sonaba.
Luego amenazas moderadas,
que la piel de Endú en heridas,
reflejaba.
Por último amenazas mortales,
que los pocos seres queridos de Endú,
pagaron.
Al final asesinos enviaron,
despiadados,
mortíferos,
verdaderos desechos del mundo,
que la cabeza de Endú anhelaban.
Y yo no lo vi,
nadie lo hizo,
pero cuentan,
que el día que Endú,
a manos viles iba a morir,
al ver sus ojos,
sus manos,
su piel,
los asesinos dudaron,
pues en Endú,
un igual encontraron.
Ofreciéronse a su servicio,
arrepentidos por querer quitar su vida
ofrecieron matar al rico,
pero el los rechazó,
y solo aceptó su puñales y su perdón,
no sus servicios.
Otoños pasaron, y alguna estación más,
pero solo en el sepia de la caída de las hojas,
sólo en ese color,
se entiende la decisión de Endú.
El tiempo pasó y pese a que Endú ayudaba pobres,
más aún en las calles quedaban.
No se recuerda el nombre de donde vivió,
pero un día,
solo pobres había,
y algún rico,
que a el rey de los pobres odiaba.
Por fin, en un otoño,
las hojas dejaron de caer,
y Endú fue acusado de enemigo del poderoso.
Su cabeza fue buscada y él apresado.
El rico se cansó y decidió poner fin al pobre
agitador.
Al capturarlo, el rico despiadado que su arresto
había ordenado,
le dijo: "Pobre Endú, pobre fuiste y pobre
morirás"
Endú lo miro y sonriendo por primera vez en su vida
dijo:
"Yo no soy pobre, pues no es del pobre el
poder"
El rico rió soberbio y a un calabozo a Endú mandó.
Mientras Endú esperaba el desasosiego en el rico
crecía.
Mataría a Endú pero algo en su interior le hacía
temer.
Llegó el día, en otoño, en una plaza...
Llegó el día en que el rico con poder despedaza.
Y el rey de los pobres subió al cadalso,
y asumió morir, no sin antes decir:
"Aquí he de morir,
aquí donde viví.
Pobre nací,
pobre crecí,
y cuando pobre creí morir,
descubrí el poder de vivir.
Hoy no solo las hojas caen,
pues pronto estarán cerca de donde mi cabeza yace.
La verdadera riqueza de vivir,
consiste en saber llegar orgulloso al día que has de
morir".
No gritó,
no lloró,
de hecho,
sonrió,
y así cayó su cabeza al suelo,
separada de su cuerpo,
con mirada soberbia,
y sonrisa orgullosa.
Se derramó su sangre,
en una plaza,
en un lugar,
en otoño.
Se derramó la sangre de Endú,
y el rico entendió,
qué era el poder.
Pues tras morir Endú,
un pueblo pobre,
muy pobre,
ausente de miedo a morir,
rebosante de ganas de vivir,
atacó a los ricos,
y acabó con ellos.
De modo que,
un día de otoño,
de un lugar cualquiera,
el Rey de los pobres,
Endú el Desafortunado,
demostró que era rico,
pues tenía poder.
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