domingo, 14 de diciembre de 2014

Fragmentados




Fragmentados



Anhelo de madrugada.
Claveles sobre lápidas
hondeando a media asta.
¿Por qué será que, lo mejor de lo vivido,
los más bellos recuerdos,
quedan fragmentados?
El olor del asfalto mojado y,
a lo lejos, un coche pasando sobre él.
Sonido de madrugada
por la rendija de la ventana.
Un hilo de aire helado que sisea,
y que, sin quererlo,
me transporta a rincones internos;
Una ventana abierta con el ruido de un tendedero.
Una batidora...
El olor de determinada lejía.
Café en la cocina.
¡Ese perfume! ¡El color azul!
¡Sus últimas palabras!
Nuestras primeras.
A lo que no sabía la comida,
y lo gris que llegó a ser el mundo.
Fotogramas,
pedazos,
fragmentos,
que me forman,
que fueron parte de algo real,
y que,
al romperse
se pegaron a mí,
a cada uno.
Un llanto de bebé entre paredes vecinas,
olor a brasero,
la suavidad de una determinada prenda de ropa...
La televisión a lo lejos,
sola,
sin público.
En una pirámide de fragmentos,
tan alta como los días de la vida,
escarpada como el pasado de cada uno,
en su cúspide,
se aloja el niño que tenemos dentro.
Solo,
tranquilo en la cima,
saboreando,
oliendo,
escuchando y viendo el mundo,
desde dentro
pero como el primer día.
Y enterrados bajo esta pirámide,
mientras nuestro niño quedó en la cúspide,
nosotros reposamos bajo su base,
aplastados,
pegados a los fragmentos,
machacados bajo ellos,
añorando la cima,
anhelando al niño.
Y es que,
al niño,
nadie le aviso de que,
al construir su obra de fragmentos del pasado,
debía quedarse arriba
o acabaría siendo viejo.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Recuerdo




Recuerdo



Yo persona de dormir a horas marcadas por el horario de mi real gana.
Yo, en el medio de sábanas raras, muerto de miedo.
De invierno extraño, de otoño fugaz, de primavera lejana, muy lejana.
En horas tenebrosas, en noches cerradas de viento y luna oculta.
En días de alivio y cuchillo, de champán y espinas, de sábanas y miedos.
Yo, con el contador marcando y saldando deudas ahogo fantasmas bajo la almohada, y cubro, con sábanas ajenas, mi cuerpo de niño envejecido.
Me abrigo, aterido de frío en el corazón, entre edredones prestados y, creyéndome afortunado me duermo triste.
Pues yo, amigo de la noche, la luna y el frío, hoy les temo pues, me recuerdan que por muy acompañado que esté, la senda se recorre solo.
Yo, lobo estepario, rey de las noches , luz de madrugada sobre escritorio, yo, hoy temo que no vuelva el sol, hoy temo que la noche ya no se marche.
Y temo porque añoro, temo porque quiero y temo porque, en mi temor, en mis llantos de noche, en mi lamento, en la tortura de estar en vela sin querer, encuentro lo que quiero.
Yo, señor de los espectros, de las memorias marchitas, temo, muerto de pánico, desear querer ser recuerdo.