sábado, 22 de febrero de 2014

Llama




Llama



Hay un atisbo de melancolía en cada amanecer,
un resquicio del ayer que se termina,
del nuevo día que está por venir,
hay un retal de cada pasado que nos llevamos al mañana.
Hay cierta nostalgia en cada amanecer,
la hay,
¿o seré yo?
Pues en las noches se quema incluso lo más incombustible para conservar el calor,
pues hace frío de noche.
Hace  mucho frío,
y en la oscuridad,
las llamas del recuerdo brillan más.
Arde el pasado y,
en las pavesas resultantes,
se construyen presentes.
Presentes que duran lo que dura la ceniza en el aire,
lo que tarda en depositarse en el suelo,
en teñir de gris carbonizado el camino que pisan nuestros pies,
en volver yermo el futuro.
Pues todo nace de un fuego,
todo;
un fuego de pasión, de ira, de sacrificio, de olvido...
Todo fuego deja restos y,
de cada resto,
de cada incendio,
surgen cenizas.
No puedo evitar vislumbrar la ceniza como el tiempo consumido,
será por Momo o será por ser fumador.
Será, porque cada cigarrillo, inevitablemente, consume vida y tiempo,
y tiempo y vida.
Segundos carbonizados,
pasados en llamas,
presentes de ceniza,
y al final,
nuevos campos que sembrar.
Pues todo arde,
al menos,
todo lo que se.
Pues lo único que escapa al fuego es el vacío,
la nada.
Así pues,
en el temblor de las llamas,
en el violento fragor del incendio más abrupto,
en epicentro del infierno,
incluso ahí,
hay vida.
Y no cualquier vida,
la más fuerte,
pues, en el zenit del incendio,
se marca el crepúsculo de la vida.
En lo más álgido de su virulencia,
aparece el máximo exponente de vitalidad.
Por ello,
os ruego a todos,
como troncos, piedras, árboles, aire, seres vivos,
o incluso como humanos,
os imploro,
suplico y ruego,
que seáis hogueras, llamas, fuegos imperecederos...
Pues, y no es de faltar deciros con osadía,
que todos seréis ceniza algún día,
y cosa vuestra el nivel de gallardía,
ya que,
en vuestra mano está ser llama cada día.
Y arder, luchar, violentarse y brillar,

como si no hubiese un mañana.

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